Comentario
Desde un punto de vista histórico, existen evidencias de vida en la región desde el 20.000 a.C., a juzgar por los descubrimientos realizados en Turrialba, Costa Rica, los cuales se continúan por los hallazgos localizados en el sur de la Baja Centroamérica, en el Lago Madden, Panamá. En cada uno de estos sitios se han descubierto, respectivamente, puntas de proyectil de tipo Clovis y cola de pescado, señalando con claridad que entre estas dos repúblicas se puede establecer la máxima difusión de dos tradiciones que proceden, la primera de Norteamérica, y la segunda de América del Sur.
También existen, aunque muy escasos, datos acerca de la recolección característica del Arcaico y de los primeros procesos de domesticación agrícola. Junto a ellos, se ha detectado otro tipo de adaptaciones más orientadas hacia la vida en las costas; es el caso de Cerro Mangote (Panamá) donde existen concheros fechados hacia el 4.858 a.C., siguiendo una tradición de vida sedentaria que está identificada en ambas costas del continente americano.
Por el contrario, en el interior, piedras de moler, morteros y machacadores identifican un sistema de vida más emparentado con la recolección de frutos y semillas en sitios como Copán (Honduras) y La Rama (El Salvador).
La agricultura se ha fechado en algunos sitios desde fases muy tempranas; por ejemplo, en Monagrillo (Panamá) la cerámica se asoció con recolectores de moluscos establecidos en concheros hacia el 3.000 a.C. La evidencia de que disponemos señala que estuvo relacionada con el cultivo de la mandioca amarga, un producto originario de las sabanas de Venezuela y Colombia, y con una amplia distribución por las las tierras bajas tropicales de América del Sur. También el conchero Parita en la Bahía de Panamá manifiesta esta economía mixta. Por el contrario, en el norte de la región -Honduras, El Salvador y Nicaragua- se introducen productos básicos mesoamericanos (maíz, calabaza y frijol), siguiendo una pauta cultural que se venía formalizando desde tiempos paleoindios.
En Chaparrón y las llanuras de San Carlos, Costa Rica, y en la Isla de Ometepe, Nicaragua, se inicia la tradición cerámica en coincidencia con esta dedicación al cultivo de plantas, apareciendo en forma de tecomates o grandes vasijas sin cuello decoradas con incisiones y bicromía zonal, que emparentan culturalmente la región con la Llanura Costera del Pacífico y Chiapas. Las cerámicas de la región de Ulúa y Los Naranjos en Honduras representan una respuesta propia en el área a la introducción de la agricultura. Sin embargo, en La Montaña, hacia el sur son más característicos los budares, grandes platos planos asociados con el proceso de transformación de la mandioca.
Durante el Formativo Medio y Tardío se produce un cambio en la orientación económica de las poblaciones centroamericanas desde el mar al interior. En la región del Pacífico aumenta la complejidad cultural originada por la influencia de la cultura olmeca, que se distribuye por regiones occidentales de Honduras y El Salvador. Esta especial relación con el área metropolitana olmeca se condensa en aquellos sitios bien emplazados en relación con productos y materias primas estratégicas; tal es el caso de Chalchuapa con respecto a la obsidiana y al cacao.
Chalchuapa surge entonces como un centro complejo en el que aparecen estelas, esculturas en bulto redondo, tallas hechas en cantos rodados con petroglifos y grandes guijarros que fueron decorados con individuos olmecas. Este centro y Quelepa se colocan entonces en la cima de la jerarquía territorial y política en el área. La presencia de arquitectura y escultura monumental y objetos portátiles confeccionados en materiales preciosos como el jade, y otros de naturaleza ritual como los yugos para el juego de la pelota encontrados en Quelepa, se consideran claros indicios de que el oeste de Honduras y El Salvador fórman parte de la frontera sur de Mesoamérica en estos momentos.
La influencia olmeca se extiende también más al sur, hasta zonas de Guanacaste-Nicoya en Costa Rica, pero esta vez limitada a objetos de arte portátil; relacionados especialmente con instrumentos de jade confeccionados en forma de hacha y que están decorados con relieves de figuras humanas y animales adscritos a la iconografia olmeca.
En la vertiente pacífica de El Salvador tiene su origen una tradición indígena de singular importancia a partir del 600 a.C., fundamentada en la manufactura de la cerámica Usulután. Se trata de la primera tradición de pintura negativa al norte de América del Sur, que deja el fondo crema y tiene diseños decorativos geométricos y abstractos en naranja. Su centro de manufactura pudo ser Chalchuapa, que la expandió por el territorio maya a finales del Formativo.
Chalchuapa es uno de los centros más importantes del sur de Mesoamérica al término de esta etapa, incluyendo diversos complejos de pirámides y largas estructuras, y desarrollando un estilo cerámico que será de singular importancia para definir el período Protoclásico en el territorio maya. Fundamentado en el control de fértiles tierras y de fuentes de materias primas de importancia estratégica, en particular la obsidiana de la cantera de Ixtepeque, debió ser bruscamente abandonado hacia el 250 d.C. como consecuencia de la erupción del volcán Ilopango, que cubrió gran parte del valle de Zapotitlán.
En Honduras, algunos centros como Los Naranjos manifiestan también la influencia olmeca, mientras que otros sitios como Playa de los Muertos, Yarumela y Lo de Vaca desarrollan una arquitectura monumental independiente, sin que resulte evidente la influencia de esta gran civilización del Golfo de México.
A lo largo del Formativo Tardío (300 a.C. a 300 d.C.) surge en la costa Pacífica de Costa Rica cierta estratificación social que parece identificar la existencia de jefaturas muy simples, las cuales han sido detectadas en el ajuar funerario. Estas jefaturas se concentran en la región de Guanacaste y Nicoya, mientras que en el resto del área se instalan poblaciones de agricultura extensiva definidas por aldeas de carácter tribal. Estos sistemas políticos están sostenidos por un claro aumento de la población y por el afianzamiento de una agricultura con técnicas más evolucionadas que durante el periodo anterior. A lo largo de esta etapa, denominada El Bosque, los sitios son numerosos y grandes (Las Marías, Vidor, Chahuite) y, aunque apenas si hay evidencia de estructuras de carácter monumental, sí existe cierta ordenación en torno a plazas. Debajo de las estructuras se han encontrado verdaderos cementerios, cuyas ofrendas señalan la existencia de sociedades jerarquizadas.
En Guanacaste-Nicoya se desarrolla un estilo artístico que se basa en la escultura por medio de objetos de carácter funcional: metates -piedras de moler- trípodes y mazas o machacadores. Las piedras de moler están decoradas con representaciones de hombres, monos, cocodrilos y grupos humanos que componen escenas figurativas. Su contexto funerario, y la ausencia de sus correspondientes manos de moler empleadas en la transformación cotidiana de alimentos, nos remite a una posible función ritual. El metate fue un símbolo vital para las poblaciones de Mesoamérica y América Central, que tal vez se relacionó con la fertilidad y la renovación de la vida. Las mazas o machacadores se consideran emblemas de poder en la guerra y del rango social que ocupan sus portadores, y en ellas se realizaron representaciones de cabezas.
La definición de este estilo se complementa con la confección de pendientes de jade en forma de hacha, que están trabajados mediante incisión y frotación hasta conseguir diseños de animales: pájaros, saurios, felinos y jaguares y perros, algunos de los cuales derivan de las tradiciones olmecas del Formativo Medio.